Adoro correr por esta plaza. Más de cuarenta años en los que nos vimos crecer a destiempo, sintiendo cada uno a su manera el paso de la estaciones. Fuente incansable de historias, es casi imposible no soltar la imaginación a cada vuelta de mi trote lunar.
Arranco cuesta abajo como el tango, hacia la estación de trenes más conocida como Retiro. De ahí a la derecha siempre bajo la atenta mirada de la “Torre de los Ingleses” cuyo mayor misterio es saber cuando abre sus puertas para dejarse visitar o quien hace sonar las benditas campanas. Frente a ella, estratégicamente ubicada, una llama permanentemente encendida día y noche junto al recordatorio de los caídos en Malvinas. Negras placas de piedra con los nombres tallados de aquellos que dieron su vida por la bandera que ondea en lo alto.
Tomo un par de bocanadas de aire, que según la suerte, pueden venir acompañadas del olor al pasto mojado o recién cortado allí en diagonal al Hotel Sheraton. Sin dudarlo encaro la subida por el costado del edificio que alguna vez supo ser el más alto de sudamérica. El “Kavanagh”. Ese orgullo arquitectónico o tal vez rabieta histórica, que se yergue majestuoso frente a las barrancas de la plaza, proyectando una sombra casi infinita que hace palidecer a la iglesia del Santísimo Sacramento.
Así, sin pensarlo llego a las escaleras. Treinta y un escalones de cemento o trece de piedras -según las ganas de usar la grande o la pequeña- para decantar en la circunvalación que recorre la Av. Santa Fe, bordeando los palacios “Haedo”, y “Paz”. Magníficos iconos de otra Argentina, definitivamente una más representativa del granero del mundo.
Ahora sí, un último esfuerzo y alcanzó el monumento. “Mi Monumento”. Testigo silencioso de sueños e ilusiones. Ese lugar de esparcimiento donde mi vieja me llevaba a jugar cuando apenas sabía caminar. Si habre pasado horas recorriendo con mis manos las figuras en relieve, explorando los detalles de los caballos y soldados grabados en bronce en esa representación gráfica de la selfie moderna. Incontables vueltas en bicicleta, tardes de hamaca o fútbol.
Mi primer beso, las fotos de la graduación y la soledad de esta tarde.
Allí Marte y San Martín se juntan en un mismo espacio.
Un dios, el prócer y quien describe.