Cada uno somos nuestro propio demonio
y hacemos de este mundo nuestro infierno.
Oscar Wilde
Te juro Hernán, que no podía creer cuando pidió por esa habitación, se me doblaron las rodillas como si hiciera una reverencia. —Dijo la camarera a su compañero quien no paraba de masticar la uña del pulgar.
— ¿Pero como fue? Contame — Insistió él.
La mujer miró en ambas direcciones asegurándose que nadie pudiera escucharlos y continúo en voz baja. —El gerente explicaba que las reservas estaban casi todas tomadas por las navidades, mientras revisaba en la computadora. Después le consultó cuánto tiempo se quedaría, y tras responderle que solo un día, escuchó que le preguntó si la 696 está ocupada. Te aseguro que el gordo, sin levantar la vista de la pantalla, se puso blanco como la cofia que tengo en la cabeza.
—No me digas eso Amalia, que me entran escalofríos. —Agregó pasando su mano por el antebrazo. — Pero como sabía….
—No se.
— ¿Y qué pasó? ¿Se la dio?
—Víctor le contó que esa habitación suele estar disponible, pero que constataría que no se hubiera caído alguna reserva de último momento. Pero encontró como respuesta que le extendiera el documento y una tarjeta de crédito.
—Me estas jodiendo. —Dijo él.
—No, te juro que no. Pero eso no es nada. Parece que algo le debe haber visto en la tarjeta porque el gordo no volvió a abrir la boca. Se hizo un silencio espantoso que casi podía escuchar el sonido de mi corazón.
— ¿Y yo donde estaba?
—Que se yo, supongo que terminando de levantar las meriendas.
— ¿Y entonces?
—Nada. Víctor completó el check in, y en el momento que le extendió la llave le preguntó si tenía equipaje para subir.
— ¿Y?
—Dijo que no, que venía sin valijas. En ese momento pude ver como le temblaba la mano al gerente sosteniendo la llave en el aire. Fueron cinco segundos que parecieron horas. —Agregó meneando la cabeza— Finalmente la recogió junto a sus cosas y enfiló hacia el hall como si conociera el camino.
— ¿Y vos no subiste a ver?
— ¿Estas loco vos? Sabes que no me gusta el sexto piso y menos ese ala del hotel.
—Ah no, yo tengo que ir a ver.
—Evidentemente estas mal de la cabeza Hernán.
—Ahora vengo —Dijo mientras encaraba hacia los elevadores de servicio.
Amalia se acomodó el delantal, apoyó sus manos sobre el carrito de limpieza y comenzó a empujarlo en dirección a las habitaciones de planta baja.
—Me alegra que vinieras. —Dijo sin apartar la mirada de la ventana. —Aunque tuve más dudas que certezas, nunca perdí las esperanzas… Por favor, pasá y sentate. Sabrás disculpar si de momento te doy la espalda, es que en los últimos días, bueno, las cosas se pusieron algo, inquietantes. —Susurró frunciendo el ceño. — No sería la primera vez que volteo pensando que estás ahí y no es así. Pero parece que hoy será distinto ¿Verdad? —Preguntó el hombre mirando a la silueta de la mujer que se reflejaba en el vidrio.
Mar adentro un bote pesquero blanco y rojo regresaba hacia la costa mientras el sol descendía en dirección al horizonte. Solo dos personas caminaban abrazados por la playa.
— ¿Sabes? Esta hora es terrible. La luz va menguando y las cosas adquieren ese tono dorado primero y anaranjado después, que a muchos les llena el alma. Sin embargo a mi me deprime. Es un color sepia que me genera esa especie de… no sé, ¿Angustia? ¿Melancolía? Es justo acá —Dijo apoyando la mano sobre el pecho.
Si, ya sé, ya sé, los cuervos no tenemos cuore ¿No? Al menos es lo que siempre decís. Ahora cada vez que escucho ese comentario me viene asociado el recuerdo de tu risa. Es increíble. Lo mismo me dijo la psiquiatra, que el corazón no tiene nada que ver con eso, que es solo un músculo y que si te duele mejor consultes un cardiólogo. Según ella todo pasa más arriba, acá en la cabeza. —Agregó apoyando el índice en la sien. — Sin embargo a mi me gusta creer que hay algo más, que no todo es blanco o negro. Bah, será que en todo este tiempo aprendí que el infierno es más bien gris…—Afirmó haciendo una pausa y apoyando la frente contra el marco de metal. — Y no te rías ¡eh! antes que digas nada, si, fui a ver a un especialista del coco como los llamas. Se que lo verás como un logro, pero a esta edad para mi es un fracaso rotundo. Te lo dije mil veces, no entiendo porque si tenés amigos le vas a pagar a alguien para que te escuche. Encima viste como es, la tipa te mira con esa cara de vaca lamiendo el alambrado en un silencio horrible, mientras anota sus cosas secretas. Pero bueno, yo le di una oportunidad a la ciencia y ella dos frascos de pastillas. Unas blancas para calmar la ansiedad y otras verdes para pasar la noche. —Continuó cruzando los brazos a la altura del pecho. Hizo una pequeña pausa, y luego reanudó su relato.
—Al principio funcionó, dormí como un oso en invierno, pero claro, en el trabajo a la mañana estaba derruido. Así es como empecé por un café chico, después uno doble, y a la hora uno tan cargado que podía escribir tu nombre en la superficie como si fuera brea tibia. Claro, al rato caminaba por las paredes y todos me miraban como bicho raro esperando que baje un cambio. Es ahí cuando suena la alarma que te indica llegó el momento de clavarte medio ansiolítico y volver al modo ameba. Pero bueno, lo fui manejando bastante bien eh…cafeína por un lado o alguna de esas bebidas energizantes hasta la noche, y ahí me tomaba una entera de las otra. —Dijo meneando la cabeza viendo como el mar cambiaba su tono azul par uno plateado brillante. A pocos metros de la playa, una gaviota solitaria cruzaba de izquierda a derecha batiendo lentamente sus alas. Sonrió con amargura, y prosiguió su monólogo.
—Pero, ahí si que te tengo que reconocer algo, la química es fantástica. La pastillita esa no llega al tamaño de una arveja, y sin embargo te suprime los sueños como un martillazo en la cabeza por unas ocho horitas. Es que no sabes lo horrible que era cuando soñaba que estábamos conversando o caminando abrazados y sonaba el despertador. Te juro que ese nudo en la garganta que se te forma no se lo deseo a nadie. ¿Será una broma de Dios? —Preguntó alzando las cejas. — Quien sabe, la verdad es que nunca le entendí el sentido del humor al barba. Era como…. ¿Viste cuando soñas que te ganaste la lotería y te levantas sabiendo que sos el mismo probreton de siempre? …pero esto era mucho peor, porque con los sentimientos no se jode, si te falta el combustible para dejar la cama por las mañanas, estas en el horno y yo cuando soñaba con vos necesitaba una grúa para soltar la almohada. Te juro que hubiera sido mejor terminar con un tiro en el mate que padecer ese fusilamiento onírico. Pero igual te doy la derecha con la terapeuta, me hizo bien eh. Un amigo no te puede dar tanta merca de forma legal. —Agregó estirando sus labios hasta convertirlos en una delgada línea rosada
El viento soplaba constante pintando con espuma la arena de la playa, y mar adentro las olas parecían dibujadas a mano. El barco avanzaba despidiendo de tanto en tanto pequeñas bocanadas de un humo gris apurando la marcha para llegar pronto al puerto.
— ¿Estoy hablando mucho no? ¿Porque no te sentas? —Dijo volteando sobre su hombro.
Por primera vez la mirada de ambos se cruzó y la habitación del hotel pareció como si pudiera dividirse en dos. Apenas una cama y una mesa pequeña se interponían entre ambos.
El hombre permaneció en silencio sin dejar de contemplarla como quien observa caer la primer nevada. Tras unos instantes los ojos de ella, brillaron fugazmente y en ese momento bajó la cabeza ligeramente.
—Es el silencio más cómodo del que tengo registro en toda mi vida. —Agregó— ¿Que pasa? ¿Esto? No, no es nada, vení sentémonos. —Dijo caminando hacía una silla de madera. Luego se acomodó y apoyó la pistola sobre la mesa.
—Sabes, el problema vino con el día. ¿Te conté que por las noches dormía bárbaro? Si, si, ya lo hice. Bueno, entonces por las mañanas me hacía unos cócteles geniales, café, cafiaspirinas, las bebidas esas del toro rojo, alguna Coca, en fin, un lujo y cuando me pasaba de rosca tomaba media de las otras para bajar los decibeles sin llegar a dormirme. La cosa es que en ciertos momentos el bocho me jugaba malas pasadas. Miraba el teléfono veinte veces por hora, pensaba en porque no fuiste, en quien ocuparía mi lugar, en fin…un calvario. Fue en ese momento que se me encendió la lamparita y empecé a consumir las verdes como si fueran caramelos de menta. —Dijo dando una pequeña palmada sobre sus muslos.
La mujer se había sentado con las piernas juntas a los pies de la cama y sus manos cruzadas sobre las rodillas. Parecía escuchar con atención el monólogo del hombre casi sin pestañear aunque daba la sensación de estar en dos lugares a la vez. Afuera, el sol parecía una moneda ingresando en la alcancía del horizonte. Y así, mientras el pesquero se acercaba al puerto, las paredes de la habitación adquirían ese tinte color durazno intenso.
—Otra vez al comienzo fue genial. —Continuó describiendo— No se como explicartelo, es como tener la cabeza debajo del agua, los sonidos están apagados, los movimientos se ralentizan y los sentidos permanecen embotados. Pero lo mejor de todo es que por dentro no te importa nada. Te juro que podía ver un tanque atropellando una fila de unicornios que no se me aceleraba el pulso. Eso es impagable. —Dijo moviendo con un dedo la culata del arma haciéndola girar en círculos. — Pero como dicen, todo lo bueno dura poco ¿No? —Sonrió— Una tarde de sábado estaba limpiando el departamento cuando abro una caja y encuentro la lapicera que gane en aquel torneo de tiro. Se me estrujó el corazón. Sabes, jamás me hubiera anotado sino fuera por vos y aunque el premio no fue por mi pericia sino por el sorteo, prometí que te lo llevaría. La tomé entre mis manos y fue como si me hubieran clavado un picahielos en la cabeza.
La mujer abrió la boca como si murmuráse algo en voz muy baja que no llegó a escucharse, sin embargo él rápidamente extendió una mano abierta y palmeo lentamente el aire haciendo un gesto de calma.
—Por favor su señoría, ahora que la veo quiero terminar mi descargo antes que pasen los autos a resolver. —Dijo con solemnidad — no sea cosa que después pierda el valor de hacerlo….
Ella ladeó la cabeza y sonrió con amarga dulzura, mientras cruzaba una pierna por sobre la otra y los brazos debajo del pecho.
—No sé qué decir pero en ese momento mi mundo se volvió a caer. Todos mis avances se desvanecieron como agua entre las manos, y sin quererlo ni buscarlo los recuerdos comenzaron otra vez a ser recurrentes. —Agregó bajando la mirada hacia el suelo— Empecé a escucharte, cada vez más seguido en mi cabeza, te veía en otras personas, que se yo, lo digo y me suena a locura, pero era así. ¿Sabes? una vez me bajé del subte porque me pareció verte en el otro andén. La adrenalina se me disparó hasta las nubes, y la desilusión me dejó dos horas sentado en un banco, mirando a la gente pasar en ráfagas grises, como en una película de cine mudo. —Dijo jugando con el martillo de la nueve milímetros. Luego, continúo hablando en tono pausado, como si estuviera prestando declaración testimonial en el juicio de su vida. —Seguí consumiendo las pastillas que digería con alcohol, con lo cual cada vez me fue más difícil discernir la realidad de la fantasía. Me pasaba todo el día en un estado de ensoñación viendo señales por doquier a las cuales les atribuía distintos significados. Empecé a escribir por temor a olvidar… Claro que a la psiquiatra le decía que me sentía mucho mejor, que me había ayudado un montón, pero que me costaba aún conciliar el sueño. Con eso me aseguraba la ración de mentitas que cada vez me duraban menos. Y sí, confieso que un par de veces le falsifique la firma en la prescripción. Y no. No me digas nada eh, te escuche putearme en cuatro idiomas por dos días seguidos.
Las sombras comenzaban a extenderse y solo el techo de la habitación recibía los últimos rayos de sol que se filtraban desde la ventana. El rostro de ella estaba sereno aunque sus ojos se habían puesto vidriosos. Lánguidamente se levantó abrió su cartera y extrajo un hoja de papel. Dubitativa caminó en dirección a la mesa.
—Es curioso, dicen que deseamos lo que no tenemos y cuando lo conseguimos, quizás nos deja de interesar. —Dijo empuñando el arma— Tal vez por eso, yo nunca deje de buscarte…. —Agregó antes de mirarla a los ojos. —Veamos que es real…
Los nudillos del empleado golpearon dos veces el marco de la puerta que permanecía abierta.
— ¿Señora, está usted bien? —Preguntó Hernán con voz trémula.
La mujer se secó las lágrimas con la palma de su mano, y buscó un pañuelo del bolsillo de su falda. Parpadeó un par de veces mirando hacia el techo inspirando profundamente. La habitación estaba ordenada y vacía.
— ¿La carta? ¿Era para usted verdad?
Ella frunció los labios sutilmente y asintió con la cabeza. Luego volteo hacia la ventana por unos breves instantes y reparó en la suave lluvia que teñía de gris las arenas marrones.
—Algunos huéspedes comentaron que cada veintidós de diciembre, en el momento de ponerse el sol, se puede escucharse un sonido seco como si fuera un estampido. —Dijo el joven mirando hacia el piso.
Ella dobló el papel al medio y lo guardó en su cartera. Se marchó sin volver la vista atrás.
— FIN —